La diseñadora que tiñe con pigmentos naturales extraídos del campo de su papá pisa fuerte en Japón y en todo el globo. Para su próxima colección está probando un teñido de gluten de arroz que le permite hacer estampas propias,
Como si fuera una biblioteca, en su taller en Bernal, la diseñadora Lucía Chain guarda distintos pigmentos naturales: de remolacha, yerba mate, palta, cebolla, tierra o clorofila del pasto.
Le van quedando de las distintas experimentaciones y le sirven para customizar sus prendas, “sin que queden cerradas al tono de una colección particular”.
Teñir a mano con pigmentos extraídos de la tierra (del campo de su papá, floricultor) fue el punto de despegue de su marca, que empezó a delinearse cuando en 2014 ganó el Semillero UBA y tomó forma a fines de 2016. Después de ella muchos diseñadores empezaron a aplicar sus técnicas, “a probar cosas que no estaban tan vistas y que cada vez se difunden más”
La propuesta de Lucía Chain se muestra en Japón (su punto fuerte) pero también en Italia y Estados Unidos. Sus prendas se envían a Alemania, México, Guatemala, Chile y Uruguay.
Chain no para de viajar. Y de aprender. “Me adelanto para tratar de ir un paso más adelante y poder respetar mis tiempos sin quedar envuelta en el frenesí que a veces impone la moda. Por eso ya estoy trabajando para el verano 2021. Necesito saber que estoy trabajando con tiempos más acordes a mi filosofía. Con otra calma”
¿En qué te inspirás para crear?
Trato de tomar situaciones que me pasan en la vida cotidiana y me inspira mucho la gente que me rodea: amigos, integrantes de mi familia.
La colección de invierno, por ejemplo, está inspirada en algo que le pasó a mi papá, que es floricultor: una tormenta le hizo perder todo el trabajo de su campo, lo voló por completo. Está basada en el concepto de caer y levantarse constantemente y en lo que implica ser emprendedor en un país como el nuestro.
¿Qué significa ser una diseñadora sustentable para vos?
Ya no me planteo lo de la sustentabilidad porque siento que es algo que está completamente incorporado en mí. La necesidad de ser con mi marca fiel a mi manera de vivir y a quién soy yo.
No podría hacer algo que no estuviera alineado con eso, no tendría coherencia. Pero mi marca terminó de definirse en 2016, en un momento en el que tuve que reforzar mucho los conceptos, porque todavía no se hablaba tanto de esto. Diseñar pasa por otro lugar. Son muy poquitos los proyectos que no tienen un enfoque sustentable.
En el mundo, ya no se concibe otra manera de hacer las cosas. Llegamos a un límite en el que el planeta no puede más.
¿Estás probando alguna técnica nueva?
Estoy aplicando una técnica de teñido ancestral que aprendí en Japón. Se hace con gluten de arroz; a partir de una pasta se bloquean ciertas zonas del textil para poder teñir y generar dibujos.
Se pueden hacer estampas con pigmentos naturales, algo que hasta ahora no había logrado. En mi próxima colección voy a poder tener imágenes en mi prendas.
La próxima colección de verano está inspirada en la migración y cómo en los últimos años nos convertimos en seres en movimiento. Tiene que ver con qué te llevás de cada lugar al que vas. Voy a usar fotos de mis viajes. Por trabajo tuve la suerte de moverme mucho.
¿Cuál es la parte del proceso creativo que más disfrutás?
Quizás el momento en el que me baja el concepto. Mientras estoy trabajando en otras colecciones, de golpe me inspiro con algo y tengo la certeza: ‘se va a tratar de esto’. Y empiezo a imaginar y a soñar con un montón de posibilidades.
En esta etapa escribo, dibujo o grabo audios para mí misma. Después viene la etapa de bajar esas ideas a prendas. Hago dibujos más técnicos porque me gusta mucho saber qué costuras va a haber, por dónde va a pasar el hilo. Me involucro mucho.
Antes de ponerme a ver cómo puedo coser esas prendas de la manera más impecable posible, hago una investigación textil muy fuerte. También porque me gusta incorporar cosas nuevas. Ese es mi diferencial. Creo que lo voy logrando y eso me pone muy contenta. Es parte de mi filosofía.