Talleres que buscan la reinserción social de poblaciones vulnerables a partir de la enseñanza de un oficio, la promoción de valores y el uso productivo del tiempo libre.
El lugar en el que a uno le toca nacer aprieta el abanico de opciones y orienta lo que uno puede hacer en la vida. O no. En la búsqueda de ofrecer nuevas oportunidades nació la marca mendocina Xinca Eco Shoes, fundada por tres amigos mendocinos con inquietudes similares: Alejandro Malgor, licenciado en Imagen Empresarial, Nazareno El Hom, en Marketing y Ezequiel Gatti, en Licenciado en Administración.
Desde fines de 2013 la empresa trasladó su taller al penal de San Felipe. En ese espacio sórdido en el que el tiempo puede pasar muy lento, más de 80 de internos se ocupan diariamente de fabricar zapatillas, remeras y gorras con material de descarte. Las suelas están hechas con caucho de los neumáticos que quedan fuera de uso. Ya llevan reciclados más de 13 toneladas que van a parar especialmente a objetos de moda, uno de las industrias más contaminantes.
Pero detrás de transformar basura en materia prima, hay otro motor. Lo cuenta Malgor: “La idea e incorporar conceptos como la importancia del esfuerzo, de mantener un hábito y especialmente tratar de que cuando salgan de la cárcel puedan tomar mejores decisiones”. O al menos, proponer herramientas para que puedan hacerlo. “La tasa de reincidencia en nuestro país es muy alta, por eso que tengan un oficio una vez que salen de la cárcel es fundamental”, agrega.
Las horas de ocio en un contexto de privación de libertad suelen ser contraproducentes. Por eso Xinca reinvierte parte de la ganancia en mejorar la calidad de vida de los internos, armando, por ejemplo, un pequeño espacio para bajar los niveles de violencia. A la vez, el equipo está proyectando con mujeres que viven en zonas rurales y a las que encontrar un trabajo formal le es muy complicado.
Xinca acerca las máquinas de coser a sus casas, de modo que puedan pasar tiempo con sus hijos, sin tener que el hogar e iniciarse económicamente sin sufrir abusos por parte de sus parejas. Ellas confeccionan una línea de ropa de trabajo, de pantalones y remeras para empresas. Así el círculo de oportunidades parece ensancharse.
La diseñadora de indumentaria Gimena Galli lleva creatividad al Penal de Mujeres (en la Unidad Número 5) de Rosario. Una vez por semana, coordina un taller en el borda o propone distintos consignas de experimientación textil con las internas. A veces hacen muñequitas de tela u otros pequeños objetos que forman parte del comercio interno.
“El hacer promueve un intercambio productivo en el que aparecen actitudes transformadoras. Cuando recuperan la libertad, además, ya saben algo más que puede convertirse en un modo de sostenerse económicamente”, cuenta Galli, quien hace algunos años llevo Muta, su marca de accesorios de caucho a PuroDiseño.
Con cámaras de neumáticos reciclados arma carteras, mochilas o billeteras. Los broches son de aluminio proveniente de latas de gaseosas. Gimena recolecta las cámaras en distintas gomerías, las lava y empieza a pensar el futuro de ese objeto.
El año pasado empezó a diseñar vestuario. Expuso en PROA un vestido impermeble y elástico, particularidades del material que la conmueve desde que salió de la facultad y en el que conviven dos cualidades que sintetizaron su búsqueda: el color (negro) y las posibilidades de reciclado. En sus talleres de accesorios de caucho, abiertos a la comunidad, que dicta en museos o espacios de workshop replica ese hallazgo que surgió de la experimentación que amplia la mirada. En el diseño y en la vida. En eso cree.