Carlos Carro creó Ayma junto a su esposa Laura Basile. “Somos un atelier de ponchos”, dicen mientras muestran con orgullo los telares del siglo XIX que pusieron en funcionamiento y que hoy usan para tejer con fibras naturales.
“Hoy se está volviendo a valores de época. Tienen que ver con esta cosa de la vida más slow, el valor de lo hecho a mano, las materias primas naturales, con otro tipo de conexión, el foco en los detalles”. Esas son todas cualidades que tienen los tejidos que salen del taller de la firma en Villa Crespo, ocupado por telares del siglo XIX. “No hay nada más vigente y vanguardista hoy que la reivindicación de esos valores”, enfatiza al tiempo que abre las puertas a un mundo mágico.
Detrás de un portón como cualquier otro en Villa Crespo se esconden sus tesoros: alrededor de 20 telares del siglo XIX. La mayoría está en funcionamiento o casi a punto para empezar a tejer, pero todavía hay algunos que están en proceso de restauración .
“Al ser tan siglo XIX, uno termina siendo vanguardia. Es algo extraordinario”, dice Carlos Carro, creador de Ayma.
El proyecto comenzó a gestarse muchos años antes de ver la luz. La primera etapa fue recuperar y restaurar telares del siglo XIX. “Hicimos un trabajo de restauración de antiguas tejedurías de Buenos Aires. Veníamos haciendo un rescate de maquinaria histórica de Buenos Aires. Conseguimos objetos que había en pequeños talleres familiares, muchos de ellos traídos por los inmigrantes cuando venían a ‘hacerse la América’. Por ello muchos son telares europeos: ingleses, polacos, alemanes, etc.”, explica Carro.
“Después encontramos la mayor joya de todas que se llama Maison Borel, en homenaje a la herencia que recibimos. Fue fundada a fines del siglo XIX por Luis Borel quien se asoció con otras dos personas e hicieron una fábrica modelo”, sigue diciendo mientras recorre el taller.
Carlos presenta los diferentes telares, muestra cómo funciona cada uno y da la nota histórica: “Fueron pioneros en la producción de tejidos especiales en el Río de la Plata, durante la Belle Époque porteña. La fábrica estaba en Villa Urquiza y la trasladamos a un espacio en VIlla Crespo en el que fusionamos estas nuevas máquinas con las que ya habíamos restaurado. Además, en el primer piso estamos armando un pequeño museo de la Maison Borel con un montón de objetos y cosas hermosas que fuimos encontrando”, remata Carro.
Bien argentino
“Trabajamos sólo con materias primas naturales, el 90% son argentinas. Las que no lo son es porque son insumos de lujo con las que nos interesa trabajar y no se producen en el país, por ejemplo un tipo de seda que traemos de Brasil y algo de Baby Alpaca con seda que traemos de Perú”, señala Carro antes de explicar que trabajan con pequeñas hilanderías que hacen hilados especiales y con algunas que hilan -a pedido de Ayma- teniendo en cuenta la fibra original, el tipo de maquinaria con el que será tejido y el destino final de la tela.
“Trabajamos con telares del siglo XIX. No son máquinas de producción industrial ni tampoco el típico telar artesanal que uno encuentra, por ejemplo, en el norte. Es algo entre ambos, que requiere torsión especial o que a veces requiere cualidades específicas teniendo en cuenta el tipo de producto que queremos hacer después. No es lo mismo hacer una tela de tapicería que una de cortinería o algo para ponchos. Cada cosa tiene sus estructuras o características”, sostiene Carro.
“Somos un atelier de ponchos. Es un concepto que no existe. No conocemos otro caso en el que la meta sea incorporar diseño a telas artesanales”.
Según Carlos Carro, el modelo se destaca por su originalidad: no restauraron los telares como objeto de museo sino para ponerlos a funcionar. “Hay otros formatos: diseñadores que compran a artesanos en el Norte, por ejemplo. Pero una empresa que de alguna forma pueda unir la producción artesanal profesional y el diseño contemporáneo es una cosa bastante particular. A eso se suma todo el desarrollo de técnicas que hicimos. Las prendas que hay acá tienen un secreto en términos de acabado de la tela: se le hacen dos lavados, después se le hace un planchado especial, todo eso hace que sea una artesanía diferente”.
Prefiere no etiquetar su proyecto, pero se nota que cuidan cada detalle del proceso: conocen a sus proveedores de fibras, hilados y cueros; seleccionan cuidadosamente a las hilanderías y lavanderías con las que trabajan y saben que es necesario invertir en la formación de los trabajadores mientras aprenden los secretos de cada telar.
“Podríamos tejer mucho más pero la idea es crecer de modo gradual. Crecer implica hacer una inversión enorme en capacitar y transferir el oficio a nuevos chicos. Capaz tenés que contratar cinco o seis meses a alguien para capacitarlo y soportar toda esa inversión para que después esa persona empiece a tejer. En un momento del país que es muy complejo. Entonces vamos muy cuidadosamente. Ahora incorporamos más gente porque con las nuevas tiendas -un espacio exclusivo en un hotel cerca de Calafate y un espacio renovado en el Aeropuerto de Ezeiza- queremos estar preparados productivamente para eso. Es un proceso muy lento, pero muy lindo.
Innovar, siempre.
Investigar y buscar soluciones nuevas es parte del ADN de Ayma. Lograr tintes naturales estables es uno de los desafíos de la firma que ya tiene un taller de destilado en la Patagonia. “El principal beneficio de un pigmento natural es, justamente, que sea natural. Pero necesitamos lograr un producto de alta calidad, colores que se mantengan en el tiempo. No es fáicl, pero se puede”, asegura Carro (un apasionado de la naturaleza sureña).
Otro ámbito en el que está indagando es en la incorporación de materiales alternativos al cuero. Sostiene que en Argentina este material sigue siendo un subproducto del argentino que come carne y añade que aun no hay insumos que puedan reemplazarlo en términos de calidad.
“Estamos explorando alternativas porque nos encantaría de acá a 10 años decir que no trabajamos con cuero, porque de alguna manera va en contra de nuestra filosofía. Tenemos una mirada muy naturalista, muy sustentable. Trabajamos en una fábrica que prácticamente no tiene otra energía que la humana, que tiene una trazabilidad en toda su cadena de valor, que sólo trabaja con fibras naturales, que no utiliza productos sintéticos. Dentro de esa filosofía el cuero hace un poco de ruido”, aclara.
Enumera algunos proyectos que avanzan en el mundo que buscan producir a partir de materiales orgánicos: fruit leather, a partir de ananá, y wine leather, con derivados del proceso de la uva. Todavía falta para que estos insumos tengan los estándares requeridos para hacer objetos de lujo.
Mientras tanto, hay otras cosas que se pueden hacer. “Desde nuestro lugar en lo que tratamos de avanzar es en el proceso de curtido. Más allá de que el cuero proviene de un animal muerto, el gran daño al medio ambiente ocurre en el curtido. Entonces estamos avanzando con curtiembres que hacen teñidos mucho menos agresivos para el medioambiente. Es un tema importante. Y, por otro lado, también queremos de alguna manera recorrer nuestro camino para convertirnos en una marca de lujo argentina, con sus características y la verdad es que prescindir del cuero es muy complejo”, remata.